A pesar de las ventajas que ofrece la lactancia materna, razones de índole cultural, personal o socio-laboral hacen que un grupo importante de madres se decante, bien inicialmente o a lo largo de los primeros meses, por la lactancia artificial.
La lactancia artificial consiste en alimentar al bebé con fórmulas lácteas adaptadas. Éstas se consiguen modificando la leche de vaca para intentar que se parezca al máximo a la leche de la madre. Las leches adaptadas contienen los componentes necesarios para cubrir las necesidades del bebé.
Es importante escoger una mamadera de un volumen adecuado a la edad del bebé y una tetina con una forma y agujero adecuados tanto a la edad del niño como al alimento que vamos a administrarle.
Durante los primeros 4-6 meses se administra una leche de iniciación y, a partir de entonces, una leche de continuación. Las necesidades nutricionales del bebé son diferentes a partir de esa edad y se cubren de manera más correcta con una fórmula de continuación que con una fórmula de iniciación.
Al igual que sucede con la lactancia materna, a partir de los 4-6 meses la lactancia artificial se combina con la alimentación complementaria. El motivo más importante para la introducción de la alimentación complementaria es el aumento de las necesidades de energía o calorías para que el niño crezca de forma adecuada. La velocidad de crecimiento del niño aumenta a partir de los seis meses y necesitaría tomar mucha cantidad de leche, tanto leche materna como fórmula, para proporcionarle la energía que necesita para crecer. Además, también puede comenzar a ser insuficiente el aporte de hierro, vitaminas, etc. Que el niño tome otros alimentos no quiere decir que se tenga que suprimir la leche, que sigue siendo un alimento imprescindible. Durante el primer año de vida un niño ha de tomar, al menos, medio litro de leche al día.
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